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Quizás nunca sea posible el silencio en la casa de Jaime Humberto Arango. Las aves, una tras otra, se enfilan en el balcón de su vivienda desde las primeras horas de la mañana. Llegan pájaros azules, rojos o amarillos para alimentarse del plátano maduro que el jubilado les sirve en un plato. No hay silencio, pero sí tranquilidad entre el canturreo de las aves y el paso de las ardillas. “Es como vivir en una finca”, dice.
Desde su residencia, un apartamento seis pisos arriba, puede verse al barrio Patio Bonito con una panorámica solo posible desde las alturas: casonas amplias cercadas por el verde de árboles y jardines, en medio de algunos pocos edificios. Adiela Valencia, esposa de Jaime, dice que este sector de El Poblado, comuna 14 de Medellín, no ha tenido mayores transformaciones en los 24 años que allí han habitado. “Antes era más residencial. Ahora es muy comercial”.
Y es cierto. Patio Bonito es como una estampa a la memoria de la Medellín vieja: perviven, casi inalterables, las mismas casas que otrora fueron las grandes fincas de los potentados de la ciudad, pero convertidas en oficinas, locales comerciales, restaurantes y hasta en agencias inmobiliarias.
A mediados del siglo XIX, los terrenos en los que nació el barrio Patio Bonito eran extensas haciendas. Para 1870, el sector de El Poblado era un caserío distante de Medellín, en el que el señor Nolasco Posada Arango adquirió un lote para una pequeña casa en la que viviría durante décadas, dedicado a la elaboración de vasijas de barro junto a su esposa Ramona Lalinde y seis hijos.
Sería Manuel José Escobar, vecino adinerado del sector, quien compraría el lote que, por tradición oral, pasó a conocerse entre los habitantes como la Casa Grande de Patio Bonito, por su espacioso patio de tierra amarilla, bifloras y azaleas.
Este relato lo recuperan María Isabel Escobar Posada y Aníbal Arcila Estrada, en su libro “Historia de Patio Bonito”, en el que recuerdan que de la hacienda en la que surgió el sector quedó poco, luego de que en 1984 se demoliera el último reducto de la finca para dar paso a la construcción de apartamentos.
Desde Patio Bonito se despliegan senderos que conectan con la avenida El Poblado, la cercana estación del metro y los barrios de Astorga y Manila, con los cuales limita. Por sus calles hay pocos niños, pero sí aumentan los jóvenes que se suman al naciente oficio de paseadores de perros.
Joaquín Díaz es uno de ellos, quien durante las mañanas recorre junto al perro “Peluche” el vecino parque de La Bailarina.
“Hay mucha biodiversidad en esta zona. En la tarde, cuando termina la jornada laboral, se ve a todos los empleados desfilando por acá para ir al metro”, comenta.
En este barrio de El Poblado han crecido miles de estudiantes, en las aulas de dos de las instituciones educativas más grandes del departamento: el Inem José Félix de Restrepo y el Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid.
Gustavo Gallego, vicerrector académico del Inem, cuenta que la institución es una de las fundadoras de Patio Bonito, creada en la década de los 70 cuando la avenida Las Vegas era un carreteable y por la vía cruzaba el tren.
Con 48 años, el José Félix de Restrepo ha graduado a 30 mil egresados y se ha transformado junto a Medellín. Desde allí se vivió el auge de los movimientos estudiantiles, la sombra del narcotráfico, el miedo y las fronteras invisibles. A pesar de las dificultades, dice Gallego, el Inem sigue siendo una institución sui géneris con buenos resultados académicos: 4.200 estudiantes que llegan desde todos los rincones de Antioquia, desde Caldas hasta Barbosa, y 21 especialidades de formación media técnica en áreas como comercio, artes e industria.
Con el crecimiento de la avenida El Poblado, cuentan María Isabel y Aníbal en su libro, desaparecieron casas, árboles y hasta tradiciones. En el pasado quedaron costumbres como la del 7 de diciembre, día de las velitas, que se celebraba cada año en la hacienda de Patio Bonito. “Ese día se encendían faroles japoneses”, agregan Escobar y Arcila, “más de 500 velitas que permanecían prendidas hasta el último milímetro”.
Ya no existe la antigua casona, pero las familias siguen reuniéndose entre los caminos que llevan a la iglesia de Santa María de los Dolores o al parque de La Presidenta. El barrio es, también, sitio de paso para quienes buscan un buen restaurante o reposo bajo la copa de árboles frondosos. Es, de vez en cuando, refugio de historias de amor. Porque como narra Adiela: “Hasta los parques llegan las parejas y las novias, recién casadas, para tomarse fotografías” .