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“Súbase y siga que después paga”, le dijeron a Juan Carlos Pabón antes de abordar junto a seis acompañantes el barco El Almirante, que naufragó el domingo 26 de junio en horas de la tarde en el embalse de Guatapé.
Ya se había montado cuatro veces en distintos planchones y nunca se había percatado de la poca seguridad y lo poco que exigen para montarse al barco.
A excepción de su esposa, su cuñado y él, sus suegros y otros dos familiares venían desde el municipio de Villa Caro, Norte de Santander. Se ubicaron en el primer piso, y junto a otras 167 personas zarparon del puerto.
“Decidimos subir al segundo nivel, cuando me alcanzó el muchacho que cobra y nos pidió los pasajes. Le pagamos $15.000 por persona. Eso fue lo único que exigieron, solo la plata”, relató Juan Carlos.
No habían pasado diez minutos desde que habían empezado el recorrido, cuando sintieron un sonido fuerte, como si El Almirante se hubiese chocado contra algo, y ese momento se quedó grabado en la memoria de los pasajeros porque el barco se comenzó a inclinar a babor.
“El capitán salió de la cabina y nos dijo que nos ubicáramos hacia la derecha para nivelar el barco. Bajé al primer piso y me encontré con una señora que me pedía que la ayudara. Mientras tanto empecé a ver como el agua iba llenando el barco y dije: hasta aquí llegamos todos”, expresó Juan Carlos.
En el segundo piso también se encontraba Beatriz Gutiérrez junto a su esposo John Jairo Palacio, en un grupo de 20 familiares que estaban celebrando el día del padre. Ella contó que ni siquiera alcanzaron a seguir las órdenes del capitán porque el planchón se estaba inundando con gran rapidez.
“Los salvavidas eran unas ruedas de icopor que se rompían con facilidad. Mi esposo se aferraba a mi espalda porque no sabía nadar, pero en cuestión de segundos, cuando voltee a ver ya no estaba”, dijo Beatriz.
Un tumulto bloqueaba el acceso a los flotadores, pero el desespero por salvar a su familia hizo que Juan Carlos de dos puñetazos rompiera un vidrio para alcanzar a agarrar siete para él y su familia.
“Yo creo que los que había no alcanzaban ni para la tercera parte de la gente que iba en el planchón. Cuando yo me llevé los míos ya se veían muy pocos”, contó
La adrenalina le bloqueó el dolor por los cortes profundos en su mano, y se apuró a llevar los icopores a sus acompañantes. Recuerda la sonrisa en el rostro de Daniel Mora Ortiz, su suegro, cuando lo vio llegar con los salvavidas.
“Acababa de entregárselos cuando el barco se comenzó a hundir muy rápido y nos arrastró a todos, mi suegro no se lo alcanzó a poner”, relató.
Beatriz salió nadando del barco. Mientras recibía atención médica en un albergue montado por la alcaldía de Guatapé en el recinto Casa Paz y Vida, esperaba la llegada de su esposo, John Jairo, y su sobrina Erika Quinchía.
Juan Carlos salió a flote y se subió a una lancha, pensó que su suegro se encontraba en otra y se dedicó a tirar los chalecos salvavidas a las personas que todavía se encontraban en el agua.
“Varias personas y otros barcos llegaron muy rápido para ayudarnos, uno veía cómo se montaban como podían en las lanchas, que fueron las que nos salvaron la vida”, contó.
Llegó a la orilla y fue atendido de sus cortes por los paramédicos. Uno a uno fueron llegando sus familiares, pero su suegro no apareció. No quiso irse hasta que no se confirmara qué había sido de él.
En horas de la tarde, a Beatriz le confirmaron que su esposo John Jairo había sido rescatado sin vida del agua, y Juan Carlos recibió la noticia de que Daniel tampoco había sobrevivido al naufragio.
Sobre las tres de la madrugada de ayer, Juan Carlos y su familia llegaron a Medellín.
Ayer, los familiares de las víctimas mortales del hundimiento del planchón esperaban pacientemente la entrega de los cuerpos en Medicina Legal.
Beatriz, sentada a las afueras de la entidad, aguardaba el llamado de las autoridades para reclamar el cuerpo de su esposo y llevarlo a la sala de velación, mientras al cierre de esta edición, todavía esperaba noticias sobre su sobrina Erika.
Por su parte, Juan Carlos coordinaba con una funeraria especial que llevaría el cuerpo de su suegro, en un viaje de 18 horas por tierra, hasta el municipio de Villa Caro.
La familia de Valentina Jaramillo, quien era la hija del dueño de El Almirante, fue la primera en recibir el cuerpo que luego fue transportado por la funeraria San Vicente a una sala de velación en Medellín.
“Ella iba con su niña, que afortunadamente sí se pudo salvar. Pero Valentina, de unos 22 años, y quien administraba la embarcación es una de las víctimas mortales”, afirmó Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres.
En el malecón de Guatapé, la ciudadanía ofreció el día de ayer una ofrenda floral en memoria de las personas que perdieron la vida en este lamentable accidente.