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El barrio que cambió de santo y lloró a su niño mimado

El otrora barrio San Fernando cambió su nombre cuando se asentó la obra académica de los padres escolapios.

  • Calasanz (antes San Fernando) pasó de ser un hipódromo y extensas fincas de recreo a un barrio que creció alrededor del colegio. Hoy alberga 5 mil habitantes. FOTOS JAIME PÉREZ Y CORTESÍA
    Calasanz (antes San Fernando) pasó de ser un hipódromo y extensas fincas de recreo a un barrio que creció alrededor del colegio. Hoy alberga 5 mil habitantes. FOTOS JAIME PÉREZ Y CORTESÍA
  • El barrio que cambió de santo y lloró a su niño mimado
  • El barrio que cambió de santo y lloró a su niño mimado
  • El parque Kennedy, en los bajos del metro, y la placa que reposa en medio de los árboles. FOTO JAIME PÉREZ
    El parque Kennedy, en los bajos del metro, y la placa que reposa en medio de los árboles. FOTO JAIME PÉREZ
  • Una de las casas del barrio Calasanz que tienen una arquitectura más particular. FOTO JAIME PÉREZ
    Una de las casas del barrio Calasanz que tienen una arquitectura más particular. FOTO JAIME PÉREZ
  • La Montañita, uno de los pocos negocios tradicionales que sobreviven, junto a un edificio en construcción. FOTO JAIME PÉREZ
    La Montañita, uno de los pocos negocios tradicionales que sobreviven, junto a un edificio en construcción. FOTO JAIME PÉREZ
El barrio que cambió de santo y lloró a su niño mimado
20 de septiembre de 2018
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Antes de que el occidente de Medellín se convirtiera en ese entramado de casas, canchas y locales comerciales, todo eran mangas.

Potreros enormes al oeste del río en los que, en la primera mitad del siglo XX, crecían naranjos y pastaba el ganado de los más adinerados. También había un club hípico y un hipódromo donde corrían los caballos más avispados.

En ese lado de la ciudad en ciernes nació lo que se conoció como el barrio San Fernando, en terrenos donde antes funcionaba el hipódromo (hoy colegio Calasanz) y en fincas cercanas que se fueron convirtiendo en lotes y que adquirían familias recién casadas que trabajaban en fábricas de La América y del sector Estadio.

La primera casa, que se construyó en 1949, fue la del matrimonio entre Emilio Zea y Marta Yepes, que se ubicó en lo que hoy es la calle 50 (Colombia) con la carrera 81B. María Mercedes, la hija menor de la familia, nació en esa casa en 1950, creció jugando en los potreros y 68 años después sigue en el barrio:

“Éramos seis hermanos y recuerdo mucho que mi mamá nos llevaba caminando a misa a La América, cada uno con dos pares de zapatos porque al pasar la quebrada (La Hueso) nos limpiaban los pies y nos ponían el par que había quedado de repuesto para poder entrar a la iglesia”.

La cita familiar con la eucaristía era en La América porque para ese entonces la iglesia del barrio era más que una utopía. Sin embargo, a mediados de la década del 50 ocurrió un hecho que cambió para siempre la historia de este sector y fue la llegada de los padres escolapios que fundaron el colegio que le dio el nombre definitivo al barrio.

Bonanza de empanadas

Asentado el colegio a mediados de la década del 50 y listas las familias que estrenaban casas en el sector, al que todos identificaban ahora con la obra de San José de Calasanz, a la comunidad de padres españoles y católicos les vino otro reto: convocar a los vecinos y construir la parroquia.

La manera de conseguir recursos para el templo fue la misma que en la gran mayoría de barrios de Medellín: a punta de tamales y empanadas vaticanas (pura papa).

Así lo ratifica el padre Carmelo García, primer párroco que tuvo Calasanz entre 1961 y 1968, quien todavía recuerda la época en que se propusieron levantar la iglesia:

“La fuimos construyendo por etapas, cuando se nos terminaba el dinero suspendíamos la obra y dábamos la misa en una capilla dentro del colegio. Hacíamos bazares que eran fiestas en las que las familias pagaban la comida. Las limosnas también ayudaron a pagar el templo y un préstamo del colegio que nunca nos cobraron”.

La odisea de comprar leche

Consuelo Gómez, otra de las primeras pobladoras del sector, recuerda que compró junto a su esposo Jaime un terreno en Calasanz y se pasó a vivir al barrio en 1960, ya con algunos de sus seis retoños:

“El barrio era lleno de niños que jugaban en las mangas, recuerdo mucho que al principio pasaba solo una carretilla de Proleche que vendía en botellas de vidrio y había que salir a hacer fila porque se parqueaban cada dos o tres cuadras. Luego pusieron el acopio y desde las 5 de la mañana había fila, eran a 50 centavos”.

Los años difíciles

Coinciden los primeros pobladores del barrio que hubo dos momentos complejos que marcaron el barrio: uno en la década del 80 y otro en 1994.

El primero fue porque las areneras que funcionaban en la parte de arriba de la comuna (ahora Calasanz parte alta) descargaban material y cuando llovía las quebradas se taponaban y todo el barrio se inundaba.

El barrio que cambió de santo y lloró a su niño mimado

Ahí fue clave, según el relato de los escolapios y de las vecinas, el papel que cumplió el padre Florencio (párroco entre 1979 y 2005) que comenzó una disputa con la Alcaldía de Medellín y con los dueños de la arenera hasta que consiguió que se canalizaran las aguas y se regulara a la empresa.

El otro momento complejo - y doloroso - fue el asesinato en 1994 del futbolista y niño mimado del barrio: Andrés Escobar Saldarriaga.

“Fue una tristeza inmensa porque Andrés creció a cinco casas de nosotros, estudió en el jardín Sagrado Corazón y en el Calasanz y era un niño que siempre brillaba”, cuenta María Mercedes Zea.

Luego del crimen el coliseo del colegio adoptó el nombre de quien vistiera la #2 de la Selección Colombia.

La actualidad

Del Calasanz de potreros y mangas llenas de árboles frutales poco queda. El barrio se fue urbanizando y en las últimas dos décadas muchas casonas viejas fueron destruidas para levantar edificios altos con tres o más apartamentos por piso. La cercanía con la estación Floresta del metro, además, lo hizo aún más atractivo para familias clase media.

El reclamo de los más veteranos es claro: bajó el sentido de pertenencia de los vecinos y la seguridad es una materia que, a pesar de convivir con un colegio, los tiene perdiendo el año.

Infográfico
El parque Kennedy, en los bajos del metro, y la placa que reposa en medio de los árboles. FOTO JAIME PÉREZ
El parque Kennedy, en los bajos del metro, y la placa que reposa en medio de los árboles. FOTO JAIME PÉREZ
Una de las casas del barrio Calasanz que tienen una arquitectura más particular. FOTO JAIME PÉREZ
Una de las casas del barrio Calasanz que tienen una arquitectura más particular. FOTO JAIME PÉREZ
$!La Montañita, uno de los pocos negocios tradicionales que sobreviven, junto a un edificio en construcción. FOTO JAIME PÉREZ
La Montañita, uno de los pocos negocios tradicionales que sobreviven, junto a un edificio en construcción. FOTO JAIME PÉREZ
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