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Belarmina Arango se asoma tímidamente por el umbral de la ventana y el sol resplandeciente aviva el color azul de sus ojos, que llaman inmediatamente la atención de quien la observa. A sus 90 años, ella aún recuerda las verdes colinas sobre las que se empezó a construir el barrio Manrique, donde habita.
Belarmina y su esposo llegaron hace más de 50 años a este poblado, provenientes del municipio de Carolina del Príncipe, y allí construyeron su casa en medio de árboles frutales, flores silvestres y con la esperanza de formar un nuevo hogar.
“Tengo recuerdos muy lindos de esos tiempos, se vivía en mucha tranquilidad viendo a los hijos crecer y mi esposo y yo luchábamos para sacarlos adelante”, dice, muy lúcida.
Caminar por este sector de la ciudad resulta placentero. En algunos puntos de la carrera 45 aún repican los cánticos tangueros al ritmo del bandoneón. Los más antiguos moradores, en su conversación, recuerdan las historias en los bares de la Medellín tanguera de principios de siglo.
En la década de 1930, Manrique se convirtió en un ejemplo latente de la “verraquera paisa”. A él llegaron hombres y mujeres de distintos municipios, atraídos por el auge industrial que vivía Medellín.
Deleitados por la belleza de las casas del barrio Prado, la clase obrera que llegó a Manrique construyó sus viviendas utilizando la técnica arquitectónica republicana, que se caracteriza por la fabricación de columnas romanas, rosetones, fachadas de granito y vitrales.
También, los medios de transporte desempeñaron un papel importante. Con la construcción de nuevas urbanizaciones, los habitantes de Manrique tuvieron la necesidad de desplazarse de manera más ágil y rápida hasta sus casas y por esto se instaló el tendido de un nuevo tranvía, con un centro de acopio llamado coloquialmente “El Cobertizo”, ubicado justamente donde hoy funciona la estación Palos Verdes del Metroplús.
El barrio fue testigo de los recorridos que día tras día hacia el tranvía, hasta la década de 1950, cuando fueron reemplazados por los nuevos buses escalera o “chivas”, que no solo transportaban a las personas, sino también sus mercados y provisiones, los cuales amontonaban en el capacete.
Manrique Central creció en la montaña nororiental, un sector bañado por las aguas de las quebradas El Ahorcado, La Honda y El Molino.
Guillermo Laínez, presidente de la Junta de Acción Comunal, recuerda los días en los que estas aguas servían como balnearios, se pescaba, se lavaba la ropa e incluso muchos cocinaban con el líquido.
Sin embargo, todo ha quedado en recuerdos, porque el crecimiento acelerado, sin mucho cuidado o respeto por el medio ambiente, ocasionó que el recorrido de estas aguas sea nada más que un rastro pestilente en las laderas del barrio.
Como ocurre en toda ciudad, los procesos de transformación alcanzarían las calles de Manrique.
El 20 de diciembre de 2011, la carrera 45, referente del barrio tanguero, se convirtió en corredor exclusivo para el tránsito del Metroplús, un sistema de transporte que conecta el sector nororiental de Medellín con el suroccidental. El bandoneón perdió protagonismo con el sonido de estos buses, con capacidad para movilizar 33 mil pasajeros día.
Pese a esto, moradores como Gilberto Arango señalan que la construcción del Metroplús y el paso de las años ha ido deteriorando la imagen misma del barrio: “aquí en Manrique hay presencia constante de habitantes de calle que consumen drogas en los frentes de nuestras casas, los ladrones siempre están al acecho y los vecinos ya no respetan con el alto volumen de la música, especialmente los fines de semana”.
Por lo pronto, en los cruces y esquinas de este barrio, los habitantes se resisten a olvidar su pasado tanguero, pese a que muchos bares cerraron, aún hay tertulias en las que recuerdan a los cantantes argentinos que fueron profetas en estas tierras y no en las suyas.
Sonarán por siempre en el recuerdo de estas personas las letras de “Volver”, “Sus ojos se cerraron” y “Cuesta abajo”, cantados por Carlos Gardel, cuya muerte en Medellín marcó la vida del Manrique tanguero.. . y bohemio.