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El trabajo tenaz, con amor, deseo y sacrificio todo lo vence. No importan los muros sellados de la adversidad, ni haber guerreado la infancia en el barrio Moravia, antiguo basurero del norte de Medellín, desde donde se desplazaba para estudiar su primaria en una escuelita de Aranjuez; ni bachillerato en el colegio Laura Vicuña, en el barrio Zamora, de Bello, que amenazaba con desplomarse y por eso fue clausurado.
Fue en esos centros educativos, carentes de casi todo, orientados por profesores con vocación, donde Dayliana Jiménez Salinas adquirió las bases que la llevaron a graduarse con una tesis, con sentido social, calificada de excelente en su carrera de Trabajo Social en la U. de A. y acceder a una beca para un intercambio y apostarle a su maestría en la Universidad de Bolonia, Italia, la más antigua del mundo occidental (fundada en el año 1088) y cuna de numerosas mentes universales.
Hoy Dayliana dejó de ser habitante del barrio 20 de Julio, de la comuna 13, para habitar Bolonia, la “Docta”, como se le conoce. Una de las ciudades históricas mejor conservadas de Europa, fundada por los etruscos en el siglo IV a. C.
En su campus universitario se formaron personajes como Dante Aligheri, autor de la Divina Comedia; Nicolás Copérnico, quien cambió la mirada del hombre sobre el Universo; Alberto Durero, el artista más famoso del Renacimiento Alemán; Petrarca, el dramaturgo y humanista italiano; el alquimista, médico y astrólogo Paracelso; el premio Nobel de Física e impulsor de la radiotransmisión de larga distancia y el telégrafo sin hilos, Guillermo Marconi; los cineastas Pier Paolo Passolini y Michelangelo; el fundador de la escudería Ferrari, Enzo Ferrari, varios papas y numerosos científicos, astrónomos, artistas, filósofos, teólogos y literatos que hacen maravilloso el paso del hombre en la tierra.
Por ello y por todos sus esfuerzos, Dayliana es hoy ejemplo para Medellín, la comuna 13, Moravia, Bello, su familia y sus grupos más cercanos en la U. de A. y otros entornos.
Así se formó
Nació el 30 de marzo de 1996, hace 21 años, en el hogar de Nelson Jiménez, trabajador independiente y mototaxista en Puerto Boyacá, y Mary Salinas, quien sostiene su familia con un micronegocio de postres, que vende en la calle y algunos negocios. Su grupo familiar lo completan otra hermana menor de edad y una abuela de 87 años. Viven en una casa arrendada del 20 de Julio, de la Comuna 13.
Fue la mejor estudiante en la escuela Seguros Bolívar de Aranjuez y debió estudiar su bachillerato hospedada en casas de amigos y familiares, porque sus padres se trasladaron a Puerto Boyacá para trabajar en un negocio de helados. La familia de un taxista, residente en Zamora, fue la primera en acogerla al ver el interés de la niña por estudiar.
Sus padres cada mes le enviaban algo que nunca alcanzaba para sostenerse, pero algo es algo. Aferrada a la rama que fuera, en una ciudad que no cree en lágrimas, empezó a inscribirse en concursos sobre conocimientos académicos y así conseguir algún dinero para sobrevivir y avanzar en sus estudios.
Al comienzo, siempre quedaba de segunda en su categoría y sus triunfos eran los de consolación. Todo cambió cuando ganó el concurso Sueños de Luciano Pulgar, obra cumbre de don Marco Fidel Suárez, “el hijo de la choza”, quien en la segunda mitad del siglo XIX vivió un mundo muy parecido al suyo, también en las calles de Bello. Don Marco Fidel, gracias a su empeño e inteligencia, llegó a ser Presidente de la República, no obstante el desprecio de la casta política bogotana, sobre todo, dentro de su propio partido, el Conservador.
La niña pasaba días y noches, festivos y dominicales, preparándose para los concursos. “Todo se sabe”, es su certeza. Su fama trascendió el ámbito institucional y empezó a representar al colegio y la bandera de Bello en otros lugares del Valle de Aburrá y demás localidades donde se midieran saberes.
En el último año de bachillerato el colegio Laura Vicuña, que por su lamentable estado solo albergaba un grado once, “nos hizo un regalo maravilloso, nos pagó la mitad de un preIcfes y como premio final nos compró el PIN del examen a la U”.
Los profesores del PreIcfes, todos estudiantes de la U. de A., y enamorados de la misma, una vez terminaban las clases pasaban horas con sus alumnos hablándoles del mundo y del Alma Mater.
Esos discursos entraron fuerte en la vida de la adolescente y el ingreso a la U. de A. se le convirtió en una suerte de sueño. Por su perfil le aconsejaban que estudiara ingeniería, economía, biología o matemáticas.
Ella tenía otro sueño, lo había tejido en sus lecturas sobre historia, sicología, sociología, periodismo, antropología y vivido como miembro activo de una comunidad cristiana, habitante de barrios donde todo faltaba, llenos de jóvenes vitales, pero frenados por enormes lastres sociales; con sus experiencias, muchas de ellas dolorosas, de sus padres y abuelos en Puerto Boyacá y en Andes, donde se crió su madre. “Sabía que si algún día llegaba a la U sería para enfocarme en el acompañamiento social”.
De su abuelo materno, Bernardo Salinas, pequeño caficultor de la vereda San José, de Andes, aprendió a ser disciplinada y hacer todo bien y con carácter.
“Recuerdo cuando lo veía llegar, silencioso y abatido, por las miserias que recibía como pago de su cosecha de café, pero su nobleza no sabía de adversidades. Así levantó nueve hijos, todos excelentes personas”.
Luego de analizar todas las carreras con sus profesores del preIcfes comprendió que lo suyo era Trabajo Social.
A finales de 2011, con 15 años y los títulos de Mejor Bachiller, Mejor Icfes del Colegio Laura Vicuña y mejor puntaje en el examen de admisión para la carrera de Trabajo Social en la U. de A., Dayliana habló con su mamá sobre sus sueños universitarios.
“Si estás pensando en la universidad tenés que entender que eso vale plata y nosotros no tenemos cómo ayudarte (...) Pero si en realidad ese es tu sueño hay que buscar cómo sacarlo adelante”, le respondió su madre, para quien el proyecto con el negocio de helados, que creía lo máximo en uno de los pueblos más calurosos del país, se había derretido y no daba ni para sostenerse y la situación de su padre no daba ni para arrimarse.
En ese momento era mototaxista en el puerto, allí donde todo el mundo es mototaxista y todos tienen moto.
A la U. de A. entró con pie derecho. Su primer puesto en el examen de su carrera la eximía del pago de matrículas y le abría puertas para trabajar en alguna auxiliatura. En el segundo semestre logró su vinculación como guía cultural en la U. “Para mí, un súper apoyo. Vi que me iba a salvar”.
Cuando el mundo se le cerraba y la única puerta que encontraba era la de salir corriendo a buscar trabajo y renunciar a la universidad, aparecían profesoras como Beatriz García, quien terminó siendo su directora del trabajo de grado, y estudiantes que la animaban a seguir.
La profesora Beatriz, que conocía de las capacidades intelectuales y de la fuerza interna de Dayliana para enfrentar la adversidad, nunca fallaba en darle ese chispazo final para que se mantuviera en la U. La profe y algunos compañeros le advertían que, por su vocación y talento intelectual, renunciar a su sueño era algo así como apostarle a vivir en la pobreza el resto de la vida.
De nada le valieron sus buenas notas ni sus triunfos en los concursos del saber frente a los requisitos para acceder a recursos públicos para educación superior.
Al Fondo EPM no pudo aplicar porque, pese a que vivía en la 13, había terminado en un colegio de Bello y había nacido allí; al Fondo de Educación Superior de Antioquia, tampoco porque le exigían que tenía que vivir fuera de Medellín y ella era habitante de la 13; para Presupuesto Participativo jamás le alcanzó el puntaje y para otros fondos siempre aparecía la puerta que nunca se abría...
Cursaba el tercer semestre cuando su madre, hermana menor y abuela regresaron a Medellín. Sus padres se habían separado y su mamá llegó con la firme decisión de mantener unidas a sus hijas y se aferró con las uñas al negocio de postres, clave en el futuro de la familia.
Más allá de lo económico, su vinculación como guía cultural en la U fue definitivo en su formación académica por la interdisciplinariedad y cantidad de proyectos que vinculaba. Uno de ellos, la Comisión otras Miradas, que trabaja con personas con discapacidad, proyectos vinculados con permanencia con equidad y talleres de sensibilización social.
En el transcurrir de los semestres se encontró con profesores absolutamente comprometidos con la defensa, promoción y desarrollo de la educación pública.
“La U. de A. es un gran universo, una ola gigantesca que genera toda suerte de cambios en uno. Sin embargo, siempre tuve la idea de que debía guardar ciertas distancias, mantener cosas firmes en mi vida y contar con apoyos clave para vivir esa experiencia universitaria. Era muy complejo ver la situación de compañeros que se abrían al sin fin de experiencias que les ofrecía la U y terminaban perdidos y sin para dónde pegar”, dice.
El ancla que mantuvo a Dayliana en ese infinito universitario fue su fe, la misma que la hace creer y pensar que es posible hacer lo que se quiere, se sueña y se proponga y que cada puerta se abrirá en el momento adecuado.
Se apoyaba además vendiendo postres, separadores y productos por catálogo; resultaban clave diálogos con compañeros que, pese a su situación, estaban peor que ella y avanzando. “Mi historia no dista de la de muchos estudiantes universitarios que aferrados a sus propias oportunidades, buscan la manera de cumplir sus sueños y proyectar un mejor futuro para ellos y sus familias”.
Profundizando en la carrera se enfocó en la investigación social y específicamente en aspectos relacionados con propuestas de educación social, como la animación socio cultural, la educación popular, las pedagogías críticas y el sinfín de metodologías participativas, que era posible recrear desde su profesión.
Estas corrientes le pusieron en el camino a profesores como Alfredo Ghiso, argentino, quien dictaba cátedra en la U. de A., y la Luis Amigó; Silvia Álvarez, coordinadora del programa Guía Cultural, docente investigadora y asesora de su trabajo de grado; y la estudiante Yéssica Alzate, su compañera de trabajo de grado en una investigación sobre Estrategias pedagógicas de educación social y su configuración en el trabajo social.
Atendiendo una convocatoria al IV Congreso Iberoamericano de Pedagogía Social, como un acto de fe, enviaron su ponencia para que fuera evaluada. La respuesta sorprendió. Su trabajo fue seleccionado para exponer en el Congreso, que tuvo como sede la ciudad de Puebla, México.
La U. de A. las apoyó dándoles la mitad del costo total del viaje. “¿Y la otra mitad? A vender más postres y separadores. “Fue una locura conseguirnos la plata. De algunas universidades privadas, a las que entramos vendiendo separadores, nos sacaban a empujones”, recuerda entre risas, pero al final el objetivo se logró y no faltaron los mecenas”.
Al regresar de México, en uno de los pasillos de la universidad se encontró con la asesora de Movilidad del Departamento de Trabajo Social, Blanca Valderrama, quien casi a quemarropa le preguntó: ¿para cuándo el intercambio?, proyecto del Alma Mater para que sus mejores estudiantes fortalecieran saberes y experiencias en universidades extranjeras.
Para Dayliana los sacrificios propios, los de su madre para sostenerla en la U y los apoyos a los que tenía que acudir habían sido tan complejos que consideraba el colmo empezar a tocar puertas para estudiar en el extranjero.
En un encuentro con Andrés Bohórquez, gran amigo y apoyo, veterinario, fiel de su misma congregación cristiana y quien vivía una segunda vida, tras una grave complicación médica, él le preguntó qué había pasado con su sueño de estudiar en el exterior. Ella le desnudó sus problemas y se sostuvo en el argumento de que no era justo terminar la carrera y en lugar de trabajar para ayudar a su familia, montarse en otra experiencia académica, esa sí “definitivamente más costosa”.
Bohórquez, quien valoraba sus capacidades académicas y su proyección social, le respondió que ayudara a su familia, pero que jamás renunciara a sus sueños y proyectos personales. Se embarcó en la aventura de lograr una beca para estudiar una maestría relacionada con Trabajo Social u obtener una oportunidad de intercambio.
Esta vez no estaba sola. El apoyo de la U. de A., sus profesores, decanatura, su red de amigos universitarios, del barrio, de la iglesia y tantos que se convirtieron en otros padres y madres para ella, valoraron sus metas y, de una u otra forma, le tendieron su mano para ayudarla a avanzar. La Universidad de Bolonia, con la que la U. de A. tiene varios convenios, y a la que había enviado su récord académico para apostar a un intercambio o beca para estudiantes latinoamericanos, le abrió sus puertas.
La beca es una maravilla, pero sobrevivir en Bolonia, para ella es, en este momento, casi un imposible histórico. Se anotó al intercambio para explorar en el mismo la posibilidad de realizar la maestría.
¿Y un préstamo? Le pregunta EL COLOMBIANO. Imposible para mí, apenas una estudiante, sin casa para embargar, sin declaración de renta, sin sueldo para demostrar ingresos, sin codeudores... “En mi casa se han derramado muchas lágrimas por cuenta de préstamos, que para muchos podían ser irrisorios”, dice.
¿Entonces? “Quedo a la espera de un milagro. Me han sucedido muchos en la vida, mi estudio es un milagro, estar en la U. de Bolonia es un milagro, cuando nada tenía aparecía una persona y me obsequiaba un sobre. Ahí estaba justo el dinero que me faltaba o alguien en la iglesia se me acercaba y me decía, toma esto para tus primeros días en Italia...
“Siempre se han atado los cabos necesarios para cumplir mis sueños, siempre han aparecido personas clave y motivadoras y si estoy en Bolonia es por algo”. Allí también hay puertas, en Medellín las hay y alguna se abrirá.