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El último camión partió de Puerto Valdivia antes de las 5:30 p.m. del pasado viernes. Allí Jonaida Gómez se llevó algunas pertenencias que el agua de río Cauca no destruyó. El resto de las calles del corregimiento estaban vacías, el resto de los pobladores a esa hora estaban a 20 kilómetros de los que fueron sus hogares, instalados en los albergues ubicados en la cabecera municipal de Valdivia.
(Lea aquí Las difíciles horas en los albergues de Valdivia)
El caudal del agua arremetió con fuerza el pasado sábado, tras la emergencia en uno de los túneles de desviación del proyecto Hidroituango, y a su paso dejó viviendas destruidas y los sueños de los pobladores del puerto que, en condiciones normales, habrían estado de fiesta la noche del viernes, con la música a todo volumen de los establecimientos comerciale ubicados a orillas de la carretera que conduce a la Costa Atlántica.
“La única que está aquí soy yo. Vine a recoger algunas cositas que no se perdieron con el agua porque uno no sabe qué va a pasar con el río, entonces es mejor llevárselas a otro lado”, expresa Jonaira antes de subirse al camión y dejar atrás, quién sabe hasta cuando, el lugar donde vivió.
En el casco urbano de Valdivia las más de 600 familias evacuadas del corregimiento cuentan con un espacio donde pueden guardar sus pertenencias. En el coliseo donde están albergados está abarrotado de 71 carpas y no hay espacio para más, solo lo más necesario. Las neveras, televisores y otras cosas que Jonaira y sus vecinos rescataron de sus casas quedarán arrumados hasta que reciban la noticia con la que sueñan, que puedan volver a sus hogares.
Por las esquinas de Puerto Valdivia merodean los gatos que las familias tuvieron que dejar allí. Se pasean como amos y señores por las calles en busca de comida y sin nadie a quien maullar. A las 6:00 p.m. cuando cuatro motocicletas de la Policía llegan a patrullar la zona, se esconden de nuevo entre las casas mientras los uniformados recorren el poblado asegurándose que no se presenten saqueos mientras reina la soledad.
En el corregimiento, en el sector del templo, divisa la situación Luis Albeiro Rodríguez. Él fue uno de los que dijo no a las autoridades cuando le dijeron que tenía que abandonar el lugar. Envió a sus dos hijos con su madre, a un sector conocido como La India lejos de los estragos que pueda causar una creciente del Cauca, y se quedó en una casa ubicada en la parte más alta del puerto.
“A mí me gustaría ver de nuevo a mis vecinos, que todo vuelva a ser como antes. Pero acá no queda nada, no hay clases para los niños, ni hospital, ni misa. Esto se acabó”, se lamenta Luis Albeiro.
Al costado oriental del caserío quedó un centro médico cerrado, con un letrero del Censo Nacional que alcanzó a llegar antes de la tragedia, y el tablero de la escuelita en el que hay escritas varias frases de la última clase que recibieron los niños en el puerto, entre otras hay una que dice: “La paloma sale a la cima”.