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Amalfi clama justicia por asesinato de “Cucarachito”, niño de 11 años

El hecho ocurrió en 2011. El culpable confesó, pero fue absuelto. La familia apeló y fue condenado. Está prófugo.

  • En la fosa 125 del cementerio de Amalfi están las cenizas del niño Juan Camilo. Su familia nunca deja de visitarlo. FOTO julio césar herrera
    En la fosa 125 del cementerio de Amalfi están las cenizas del niño Juan Camilo. Su familia nunca deja de visitarlo. FOTO julio césar herrera
  • Amalfi clama justicia por asesinato de “Cucarachito”, niño de 11 años
16 de noviembre de 2018
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Hace diecinueve años -un 10 de noviembre- nació en Amalfi Juan Camilo Vergara Álvarez, pero este año, en vez de torta, fiesta e invitados en su honor, hubo flores, lamentos y oraciones. Parada junto al osario 125 del cementerio municipal, su madre, Mónica María Vergara, intenta contener el llanto, pero no puede. Y a las lágrimas les suma un clamor de justicia.

Hace ya siete años que su hijo, al que quería entregarle lo mejor de su vida, no está a su lado, pues en un acto de crueldad, cuando tenía once años, Juan Camilo fue asesinado de 66 puñaladas en su propia casa, en la madrugada del 9 de octubre de 2011.

¡Sesenta y seis puñaladas! Suena tan inverosímil, que el número aún taladra en la mente y en el corazón de esta madre, que aún se pregunta cuál fue el pecado de su niño para haber sido atacado con tanta sevicia.

-Era mi único niño, flaquito, bajito y uno de los mejores de su clase. Estaba en grado sexto y no había quién no lo quisiera en el pueblo. Su recuerdo me persigue a diario y a veces creo no poder más con este dolor-, repite Mónica.

La tía del pequeño, a quien en el pueblo, de puro cariño, apodaban “Cucarachito”, también estalla en lágrimas. Tiene la imagen fresca de cuando el niño llegó hasta su cuarto a pedirle auxilio.

-Yo sentí los gritos, me levanté y lo vi ahí, en el pasillo, bañado en sangre, y pensé que se había apuñalado él solo, le dije que por qué se había hecho eso, pero él me miraba, no podía casi hablar, y entonces lo que hicimos fue correr a llevarlo al hospital-, recuerda Luz Marina.

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El 29 de octubre de 2014, el juzgado de Amalfi declara a Juan Sebastián Aguiar Jaramillo, de 18 años, inocente del asesinato de Juan Camilo y le da la absolución. Aguiar queda libre y el fallo judicial, cuya lectura se dio el 4 de noviembre, fue recibido por la familia del niño, por la fiscal de Amalfi, por el abogado defensor y por el pueblo, como una puñalada más, la 67, que acentuó más las heridas que había abierto el crimen.

-Me pareció una sentencia apresurada, no estoy de acuerdo con la decisión, apelaremos el fallo-, fue la promesa que hizo Clara Inés Agudelo, la fiscal de Amalfi en ese entonces, una vez conocida la absolución de Juan Sebastián, que ya había confesado el crimen y que incluso fue salvado por la Policía de un linchamiento.

Los hechos

Dado que el juez absolvió al confeso asesino de Juan Camilo, la forma cómo ocurrieron los hechos, así como los móviles, no quedaron claros. El juez -de primera instancia- consideró que “la escena del crimen se contaminó y no hubo un adecuado manejo de las evidencias y los elementos probatorios recolectados”.

Todo habría ocurrido entre las 4:00 y las 4 y 30 de la madrugada. A esa hora, cuando todos dormían, el niño, ensangrentado, apareció en el zaguán de la casa, en la que debían estar la tía Luz Marina y sus dos hijas; y Martín y Juan Sebastián Aguiar, padre e hijo, a quienes la familia de la víctima les había alquilado una habitación hacía tres meses. Mónica, la madre de Juan Camilo, se había ido temprano a una mina en la que trabajaba y su niño quedó al cuidado de la tía, como era costumbre.

Pero en la casa estaban todos los mencionados, menos Juan Sebastián. Su padre Martín, inocente de los hechos, ayudó a socorrer al pequeño, que de inmediato fue llevado al hospital de Amalfi, de donde fue traslado de urgencia, en un helicóptero del Ejército, al hospital San Vicente de Medellín, donde falleció minutos después. Tenía también signos de un intento de asfixia, pues su asesino le tapó la boca con fuerza para evitar que gritara.

Entre tanto, la Policía y la Fiscalía buscaban pruebas y culpables. La escena ocurrió en una pieza donde Juan Camilo dormía con una de las niñas de su tía. En un muro entre la cocina y el cuarto de los niños, había un charco de sangre. Las paredes también estaban salpicadas de rojo, igual que el muro del zaguán, y había gotas en el piso. En el poyo de la cocina se halló un cuchillo ensangrentado que fue considerado como el arma utilizada para el crimen. La puerta de la calle estaba cerrada y no había sido violentada. Quien lo había hecho, tenía llaves de la vivienda.

Con este escenario, todos los ojos apuntaban al joven Aguiar como presunto responsable. En sus pesquisas, la Policía logró su captura en un taller del pueblo. Se le hallaron ropas suyas manchadas con la sangre del niño y luego de varios interrogatorios, el joven confesó el crimen. Esgrimió como razón la defensa propia y que había ingerido cacao sabanero, lo cual le habría nublado la razón.

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El cacao sabanero es una semilla vegetal que ingieren muchos jóvenes para drogarse y experimentar sensaciones. Como efecto, produce alucinaciones, y son suficientes dos semillas para causar taquicardia. Genera agresividad y adormilamiento. De él se extrae la escopolamina y sus efectos pueden durar hasta 36 horas.

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La conclusión de los investigadores, en ese momento, fue que Aguiar no había consumido la semilla, pues bajo sus efectos no habría tenido la lucidez para irse a otra casa, lavar y ocultar sus ropas y ponerse otras. Intentar borrar evidencias. Tampoco era aceptable la defensa propia, pues “Cucarachito”, si algo no tenía, era antecedentes de agresividad. Era un niño, un estudiante ejemplar, le gustaba escribir cartas y en un canal de video local les hacía entrevistas a personajes del municipio. No soñaba, sin embargo, ser periodista, sino veterinario, pues amaba los animales.

¿Por qué atacaría a Juan Sebastián si entre los dos no había conflictos? Además, el niño pesaba solo 36 kilos y a su oponente le habría quedado fácil inmovilizarlo. Y para añadir, ¿es defensa propia asestarle 66 cuchilladas a un niño de 11 años?, ¿coserlo a puñaladas hasta causarle la muerte?

Con las evidencias en contra, Juan Sebastián Aguiar terminó confesando el crimen. Y la Policía lo puso preso. Dos días después, el pueblo marchó por las calles reclamando justicia.

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El 15 de diciembre de 2016, el caso de “Cucarachito” da un giro de 360 grados. Ese día, a las 9:00 a.m., la Sala Penal del Tribunal Superior de Antioquia revoca el fallo absolutorio del juzgado de Amalfi y, en contrario, le impone a Juan Sebastián Aguiar Jaramillo una condena de 400 meses de prisión (33 años) por el delito de homicidio agravado.

Para la madre de “Cucarachito”, que había apelado la decisión anterior, fue una luz. Sintió que la puerta de la justicia por fin se abría.

-El Tribunal atendió nuestra súplica. Eso no me devolvió mi hijo, pero por lo menos nos dio una esperanza de que un día se pague por su crimen-, dice junto a la tumba.

Su dolor se acentúa cuando ve las fotos de Aguiar en fiestas y acompañado de amigos en Medellín, donde supuestamente reside. Se las envían personas anónimas que conocen el caso y siguen indignadas.

Para claridad, la defensa de Aguiar apeló la decisión del Tribunal Superior, pero esta le fue denegada. Posteriormente, acudió a la casación ante la Corte Suprema de Justicia, que el 20 de septiembre de 2017 inadmitió el recurso y dejó en firme la condena por el asesinato de Juan Camilo, hecho contra el cual ya no cabe ningún recurso judicial adicional. El joven Aguiar debe ser capturado y llevado a prisión.

Mónica y su familia, sin embargo, no sienten que haya una búsqueda exhaustiva del asesino, como debería ser. Pero confía en que este hecho debe producirse pronto.

-Uno como pobre no tiene modo de presionar, pero ya son muchos años de impunidad-, insiste Mónica.

Ayer, como cada fecha especial, la fosa 125 se llenó de flores. En contraste, las flores amarillas que adornan los jardines del camposanto de Amalfi no alcanzaron -ni han alcanzado nunca- a apagar el dolor de esta familia.

Las fotos de “Cucarachito” vivo inundan el celular de Mónica y cada cosa de él sigue en los recuerdos. Sin justicia, será mucho más difícil espantar la tristeza.

-Él (Aguiar) pasa bien bueno y mi hijo está acá en cenizas. Si estuviera vivo, me lo imagino estudiando. Sería bajito, flaquito, pero el ser más amoroso del mundo. Es que así era él cuando ese criminal me lo arrebató. No es justo... .

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